jueves, 2 de agosto de 2012

LA RESURRECCIÓN DEL ASUNTO FASA. CRÍTICA DE UNA RECONSTRUCCIÓN INCOMPLETA. PARTE PRIMERA.




Un reciente libro (Juan Cruz Alli Aranguren y Joaquin Gortari Unanua, La transición política en Navarra, 1979-1982, Pamplona, Gobierno de Navarra, 2011, 2 volúmenes) ha supuesto una resurrección inesperada del asunto FASA, más de treinta años después del mismo, en cuanto que el segundo de los autores realiza un prolijo y exhaustivo análisis del mismo desde un prisma jurídicoadministrativo, reconstruyéndose asimismo sus consecuencias tanto en la esfera de lo político a través de las actas de las sesiones de la Diputación y de los debates en el Parlamento Foral como en la esfera de lo jurídico por medio de los recursos y sentencias dimanadas del mismo. Por más que nadie se haya hecho eco del tema, en una actitud de silenciamiento inexplicable, creemos que por su entidad merece una cierta atención, por lo que en varias entradas de este blog nos centraremos en él.

No hace falta subrayar el carácter cualificado de Joaquin Gortari Unanua como testigo directo de parte de los hechos estudiados. Entre 1964 y 1978 trabajó en la Dirección de Industria de la Diputación en el Programa de Promoción Industrial, ocupando sucesivamente los puestos de administrativo, Letrado y Subdirector y compatibilizando sus funciones en la Administración Pública con el ejercicio de la abogacía y con los cargos de consejero y secretario de varias empresas industriales de las que fue promotor. En marzo de 1978 fue nombrado secretario general de la Diputación, cesando a partir de entonces todas sus actividades profesionales privadas para dedicarse íntegramente al ejercicio de su cargo. Participó en las negociaciones con el Estado que culminaron en el Real Decreto de 26 de enero de 1979 y fue Secretario de Actas de la Comisión designada por la Diputación para negociar con el Estado el pacto de Reintegración y Amejoramiento del Régimen Foral de Navarra que daría lugar finalmente a la Ley Orgánica del mismo nombre de 10 de agosto de 1982. A partir de la entrada en vigor de esta ley y de la instauración del nuevo sistema institucional de Navarra pasó a ser Secretario General de Presidencia con el nivel orgánico de Dirección General y adscrito al Departamento de Presidencia. Aunque en los gabinetes del presidente Alli (1991-1995) y del presidente Sanz entre 1996 y 2001 ejercería también la secretaría del gobierno, estando presente en las sesiones del Consejo de Gobierno, no desarrollaría esas últimas funciones en las presidencias de Urralburu (1984-1991) y de Otano (1995-1996). A pesar de que en 1991 fue admitido como militante de UPN, al poco tiempo de su ingreso se daría de baja con el fin de mantener la apariencia de independencia de su cargo ante la opinión pública. En 1984 fue designado asimismo componente de la primera Junta de Cooperación conformada para la resolución de conflictos del Gobierno de Navarra con el Estado, así como de varias Juntas de Transferencias centradas en la cuestión de las competencias a transferir a Navarra. En aquel mismo año fue designado por el primer gobierno Urralburu miembro de SODENA (Sociedad de Desarrollo de Navarra) en donde sería elegido secretario. Además de ser consejero de la Caja de Ahorros de Navarra durante algunos años, también sería consejero de la sociedad Navarra 92. En cuanto a su faceta publicística, además de autor de un libro titulado La transición política en Navarra, 1976-1978 (Pamplona, Gobierno de Navarra, 1995) y que constituye una primera parte de la monografía objeto de comentario en esta reseña, es coautor de Navarra y el nacionalismo vasco: ensayo histórico-político sobre las señas de identidad originaria del Viejo Reino, publicado con José Manuel Azcona Pastor (Madrid, Biblioteca Nueva, 2001) y de un artículo con reflexiones acerca de la obra de Oroz Zabaleta editado en la revista Azpilicueta. Cuadernos de Derecho en 1986. También ha colaborado en prensa.

Gortari Unanua denomina el caso FASA como “aquel suceso jurídico-político-mediático, que convulsionó la vida pública de Navarra e influyó poderosamente en su vida institucional durante los años 1979 a 1982”. Preguntándose sobre la utilidad o conveniencia de tratar aquel asunto, enjuicia que los pueblos tienen que asumir y recordar las “páginas negras” de su historia y señala que “algunos recuerdan todavía la gran polémica que suscitó, pero nadie ha analizado en asunto en su conjunto”. La sobreabundancia de información publicada en la prensa y la utilización partidista del caso, derivadas de la cuestión Navarra-Euskadi y de las querellas internas de la UCD, habrían hecho que los árboles no dejaran ver el bosque ni a los informadores ni a los agentes políticos y sociales ni a los ciudadanos de Navarra. En su opinión, “siendo el factor desencadenante del <<caso>> una cuestión meramente jurídica y administrativa, se desbordaron innecesariamente los límites de ese ámbito y se desató una guerra política y mediática de imprevisibles consecuencias, en la que todos los agentes políticos y sociales de Navarra se vieron involucrados”.

Ponderando positivamente su capacidad de análisis del asunto en cuanto que “abordar todo lo acontecido con rigor histórico y científico, pese a los riesgos que comporta la referencia a conductas personales” es una “cuestión siempre muy delicada, a menos que, quien analice, detalle y exponga, sea un testigo presencial de muchos de los acontecimientos que se produjeron” lo que “ha sido nuestro caso”, discierne en su exposición “dos grandes ejes principales, uno, el proceso administrativo de concesión y ejecución de las ayudas extraordinarias articuladas por la Diputación Foral de Navarra (DFN) y la Caja de Ahorros de Navarra (CAN) a favor de la empresa Fundiciones de Alsasua, S. A. (FASA), que definimos como el origen y la causa; y otro, la innecesaria y encarnizada vorágine política que se instrumentalizó deliberadamente, propiciando un grave deterioro institucional en Navarra, que fue el efecto”. Por efecto del asunto FASA, la Hacienda de Navarra “padeció un perjuicio económico de 81 millones de pesetas”, cifra equivalente en la actualidad según la evolución del IPC a unos 3 millones de euros, llevando aparejado ese importante daño sufrido por las arcas forales “el beneficio injustificado de determinados intereses particulares, nada confesados”.

Previamente a su estudio de esas dos cuestiones primordiales, Gortari Unanua proporciona algunas informaciones relevantes sobre el proceso de elección de Jaime Ignacio del Burgo Tajadura como Presidente de la Diputación Foral de Navarra en 1979 y sobre la estructura y la forma de funcionamiento de la Caja de Ahorros de Navarra.

Sobre lo primero, recuerda que en la UCD, el partido de del Burgo Tajadura, que esperaba haber copado prácticamente, con seis miembros, aquella Diputación elegida por merindades con arreglo al Real Decreto Decreto-Ley 121/1979 de 26 de enero sobre elecciones locales y ordenación de las instituciones forales de Navarra, obteniendo finalmente sólo cuatro (los otros correspondían respectivamente al PSOE, a Herri Batasuna y a la agrupación Orhi-Mendi de la merindad de Sangüesa), hubo disensiones a la hora de la aceptación de que fuera aquél el candidato a presidir la Diputación. Además de los apoyos suscitados por Ángel Lasunción en la UCD nacional, Arza fue animado a postularse por personalidades tan diferentes como José Javier Uranga Santesteban, Ollarra, director de Diario de Navarra, y por Carlos Garaikoetxea, presidente del EBB del PNV desde 1977 y lehendakari de la CAV a partir de 1980.

Por su parte, en relación con la entidad crediticia dependiente de la Diputación, Gortari Unanua recuerda que la presidía el mismo del Burgo Tajadura en su calidad de presidente de la corporación foral, que el director-gerente era Juan Luis Uranga Santesteban (hermano del director de Diario de Navarra) por designación de la Diputación, que formaban parte del Consejo de Administración los demás diputados forales, y que los demás miembros del mismo también eran nombrados por aquélla. En el juego de interdependencias entre la Diputación y la CAN, Gortari apunta que se producía una cierta asimetría y unas ciertas disfuncionalidades: mientras que aquélla siempre buscaba favorecer a ésta, la entidad a través de su director-gerente no se privaba de defender sus propios intereses frente a los diputados forales que poseían la mayoría en el Consejo. Aquellas deficiencias serían la causa última de la ausencia de críticas y de la no exigencia de responsabilidades por parte de los diputados a los responsables de la CAN en el asunto FASA.

Gortari Unanua nos introduce en algunas cuestiones interiores del asunto FASA. El consejero delegado de Fundiciones de Alsasua Sociedad Anónima (FASA) era el exdiputado foral Ignacio Irazoqui Araníbar quien, al cesar en el año 1978 en aquella condición y, por tanto, de la de consejero de la CAN, “dedicó toda su actividad personal a la Empresa de la que había adquirido una participación importante en el capital”.

FASA había estado en los años anteriores “permanentemente aquejada de problemas económicos y la Diputación Foral le ayudó, reiteradamente, a solventarlos” con ayudas, a la par que la CAN le concedía créditos, avalados éstos por los consejeros de la empresa. Por su parte, antes de haber sido elegido diputado foral, Jaime Ignacio del Burgo Tajadura fue consejero de FASA, con funciones de secretario y asesor jurídico del Consejo y era accionista con un pequeño número de acciones que le habrían sido entregadas por su trabajo de asesoramiento, participando en los avales solidarios de los consejeros de la empresa. Previamente a su elección como presidente de la Diputación, dimitió de su puesto de consejero y secretario de FASA y vendió sus acciones a Irazoqui por una peseta, permaneciendo como avalista solidario hasta que los créditos avalados se cancelaran.

No obstante, de forma llamativa, Gortari Unanua, que por sus años en la Dirección de Industria de la Diputación deberá disponer de información al respecto, no proporciona todos los datos acerca de la cuestión. En la información que daba el diario El País el26 de febrero de 1980 acerca del asunto FASA se narraban otros extremos producidos con anterioridad. Así, se mencionaba en primer lugar una primera escritura de afianzamiento suscrita el 27 de abril de 1977 por los ocho consejeros de la sociedad, entre ellos, según se dice, del Burgo, por la que se comprometían solidariamente entre ellos, de forma que podían ser demandados todos y cada uno de los fiadores y se obligaban a favor de la Diputación Foral de Navarra, respondiendo de esta forma a un anticipo sin interés de 10.214.000 pesetas concedido por la Diputación a FASA a reintegrar a siete años, los dos primeros sin amortización (pero que conllevaban que FASA debería haber devuelto a la Diputación de Navarra al cumplirse los tres años una quinta parte), recibidos por la empresa el 11 de noviembre de 1976 para paliar sus problemas de tesorería por lo que había acudido a la Diputación de Navarra para acogerse al plan de promoción industrial y obtener asimismo beneficios fiscales, así como una subvención de 10.214.000 pesetas, además de aquel anticipo de la misma cantidad. En segundo lugar, se citaba un acuerdo de la Diputación de 30 de noviembre de 1978 por el que, ante la petición de ayuda por parte de FASA para no dejar en la calle a 230 trabajadores de la empresa, se acordaba concederle una subvención de 50 millones de pesetas, 30 de ellos entregados de forma inmediata, a fondo perdido en su casi totalidad, ya que la empresa no debía devolver mas que quince millones de pesetas, cuando hubiera aliviado la situación de su tesorería. En tercer lugar, se daba cuenta de la formalización de un crédito por parte de los miembros del consejo de administración de FASA con la Caja de Ahorros de Navarra por un importe de 40 millones de pesetas y vencimiento a un año el 31 de agosto de 1978. En ese documento figuraban como consejeros Ignacio Irazoqui (en aquella fecha todavía diputado foral y miembro como tal del consejo de administración de la Caja de Ahorros de Navarra), Francisco Lizarza, José Marquina, Antonio García Munté, Juan Sánchez Rodríguez, Juan Rozón, Jaime Ignacio del Burgo y Martín Arregui, todos los cuales firmaron un documento de aval por el que se comprometíann a «garantizar la obligación contraída por FASA en este documento, constituyéndose en fiadores obligados solidariamente al pago, con renuncia expresa al beneficio de excusión, mientras no quede cancelada totalmente la obligación ... ». El crédito tenía como fecha de vencimiento del 26 de julio de 1979. Fue tras la recepción de este último crédito y en la medida en que proseguían los “serios problemas, debidos, en parte, a una mala gestión” de la empresa que “en los últimos tres años (...) había conocido cinco gerentes distintos” que “el consejero-delegado de FASA, Ignacio Irazoqui, persona que está luchando por la supervivencia de FASA arriesgando su fortuna personal, se dirige de nuevo a la Diputación Foral de Navarra, presidida por Jaime Ignacio del Burgo desde el 24 de abril de 1979, para solicitar una nueva ayuda económica de la Corporación”. Esa solicitud daría lugar al asunto FASA como tal.

Por otra parte, tampoco explica Gortari Unanua por qué motivo y cómo Irazoqui, que no era precisamente un empresario experto para afrontar tales retos, entró en el capital accionarial, con una participación importante además, de una empresa con fortísimos problemas, a causa sobre todo de la reducción de su cuota de mercado por problemas de competitividad a causa de una política inversora deficiente del accionariado frente a otras empresas del sector como Roca y otras empresas extranjeras, ni tampoco da datos de la presencia del mencionado exdiputado en el consejo de administración de alguna otra sociedad del mismo sector.

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